lunes, 6 de abril de 2009

LECTURAS PARA VACACIONAR

Hola, gente. Les dejo un par de lecturas por si están aburridos en vacaciones y quieren revolcarse un ratito con las letras.
Saludos!

La decisión de Randolph Carter
H. P. Lovecraft
Les repito que no sé qué ha sido de Harley Warren, aunque pienso —y casi espero— que ya disfruta de la paz del olvido, si es que semejante bendición existe en alguna parte. Es cierto que durante cinco años fui su más íntimo amigo, y que he compartido parcialmente sus terribles investigaciones sobre lo desconocido. No negaré, aunque mis recuerdos son inciertos y confusos, que este testigo de ustedes pueda habernos visto juntos como dice, a las once y media de aquella terrible noche, por la carretera de Gainsville, camino del pantano del Gran Ciprés. Incluso puedo afirmar que llevábamos linternas y palas, y un curioso rollo de cable unido a ciertos instrumentos, pues todas estas cosas han desempeñado un papel en esa única y espantosa escena que permanece grabada en mi trastornada memoria. Pero debo insistir en que, de lo que sucedió después, y de la razón por la cual me encontraron solo y aturdido a la orilla del pantano a la mañana siguiente, no sé más que lo que he repetido una y otra vez. Ustedes me dicen que no hay nada en el pantano ni en sus alrededores que hubiera podido servir de escenario de aquel terrible episodio. Y yo respondo que no sé más de lo que vi. Ya fuera visión o pesadilla —deseo fervientemente que así haya sido—, es todo cuanto puedo recordar de aquellas horribles horas que viví, después de haber dejado atrás el mundo de los hombres. Pero por qué no regresó Harley Warren es cosa que sólo él, o su sombra —o alguna innombrable criatura que no me es posible describir—, podrían contar.
Como he dicho antes, yo estaba bien enterado de los sobrenaturales estudios de Harley Warren, y hasta cierto punto participé en ellos. De su inmensa colección de libros extraños sobre temas prohibidos, he leído todos aquellos que están escritos en las lenguas que yo domino; pero son pocos en comparación con los que están en lenguas que desconozco. Me parece que la mayoría están en árabe; y el infernal libro que provocó el desenlace —volumen que él se llevó consigo fuera de este mundo—, estaba escrito en caracteres que jamás he visto en ninguna otra parte. Warren no me dijo jamás de qué se trataba exactamente. En cuanto a la naturaleza de nuestros estudios, ¿debo decir nuevamente que ya no recuerdo nada con certeza? Y me parece misericordioso que así sea, porque se trataba de estudios terribles, a los que yo me dedicaba más por morbosa fascinación que por una inclinación real. Warren me dominó siempre, y a veces le temía. Recuerdo cómo me estremecí la noche anterior a que sucediera aquello, al contemplar la expresión de su rostro mientras me explicaba con todo detalle por que, según su teoría, ciertos cadáveres no se corrompen jamás, sino que se conservan carnosos y frescos en sus tumbas durante mil años. Pero ahora ya no le tengo miedo a Warren, pues sospecho que ha conocido horrores que superan mi entendimiento. Ahora temo por él.
Confieso una vez más que no tengo una idea clara de cuál era nuestro propósito aquella noche. Desde luego, se trataba de algo relacionado con el libro que Warren llevaba consigo —con ese libro antiguo, de caracteres indescifrables, que se había traído de la India un mes antes—; pero juro que no sé qué es lo que esperábamos encontrar. El testigo de ustedes dice que nos vio a las once y media en la carretera de Gainsville, de camino al pantano del Gran Ciprés. Probablemente es cierto, pero yo no lo recuerdo con precisión. Solamente se ha quedado grabada en mi alma una escena, y puede que ocurriese mucho después de la medianoche, pues recuerdo una opaca luna creciente ya muy alta en el cielo vaporoso.
Ocurrió en un cementerio antiguo; tan antiguo que me estremecí ante los innumerables vestigios de edades olvidadas. Se hallaba en una hondonada húmeda y profunda, cubierta de espesa maleza, musgo y yerbas extrañas de tallo rastrero, en donde se sentía un vago hedor que mi ociosa imaginación asoció absurdamente con rocas corrompidas. Por todas partes se veían signos de abandono y decrepitud. Me sentía perturbado por la impresión de que Warren y yo éramos los primeros seres vivos que interrumpíamos un letal silencio de siglos. Por encima de la orilla del valle, una luna creciente asomó entre fétidos vapores que parecían emanar de ignoradas catacumbas; y bajo sus rayos trémulos y tenues pude distinguir un repulsivo panorama de antiguas lápidas, urnas, cenotafios y fachadas de mausoleos, todo convertido en escombros musgosos y ennegrecido por la humedad, y parcialmente oculto en la densa exuberancia de una vegetación malsana.
La primera impresión vívida que tuve de mi propia presencia en esta terrible necrópolis fue el momento en que me detuve con Warren ante un sepulcro semidestruido y dejamos caer unos bultos que al parecer habíamos llevado. Entonces me di cuenta que tenía conmigo una linterna eléctrica y dos palas, mientras que mi compañero llevaba otra linterna y un teléfono portátil. No pronunciamos una sola palabra, ya que parecíamos conocer el lugar y nuestra misión allí; y, sin demora, tomamos nuestras palas y comenzamos a quitar el pasto, las yerbas, matojos y tierra de aquella morgue plana y arcaica. Después de descubrir enteramente su superficie, que consistía en tres inmensas losas de granito, retrocedimos unos pasos para examinar la sepulcral escena. Warren pareció hacer ciertos cálculos mentales. Luego regresó al sepulcro, y empleando su pala como palanca, trató de levantar la losa inmediata a unas ruinas de piedra que probablemente fueron un monumento. No lo consiguió, y me hizo una seña para que le ayudara. Finalmente, nuestra fuerza combinada aflojó la piedra y la levantamos hacia un lado.
La losa levantada reveló una negra abertura, de la cual brotó un tufo de gases miasmáticos tan nauseabundo que retrocedimos horrorizados. Sin embargo, poco después nos acercamos de nuevo al pozo, y encontramos que las exhalaciones eran menos insoportables. Nuestras linternas revelaron el arranque de una escalera de piedra, sobre la cual goteaba una sustancia inmunda nacida de las entrañas de la tierra, y cuyos húmedos muros estaban incrustados de salitre. Y ahora me vienen por primera vez a la memoria las palabras que Warren me dirigió con su melodiosa voz de tenor; una voz singularmente tranquila para el pavoroso escenario que nos rodeaba:
—Siento tener que pedirte que aguardes en el exterior —dijo—, pero sería un crimen permitir que baje a este lugar una persona de tan frágiles nervios como tú. No puedes imaginarte, ni siquiera por lo que has leído y por lo que te he contado, las cosas que voy a tener que ver y hacer. Es un trabajo diabólico, Carter, y dudo que nadie que no tenga una voluntad de acero pueda pasar por él y regresar después a la superficie vivo y en su sano juicio. No quiero ofenderte, y bien sabe el cielo que me gustaría tenerte conmigo; pero, en cierto sentido, la responsabilidad es mía, y no podría llevar a un manojo de nervios como tú a una muerte probable, o a la locura. ¡Ya te digo que no te puedes imaginar cómo son realmente estas cosas! Pero te doy mi palabra de mantenerte informado, por teléfono, de cada uno de mis movimientos. ¡Tengo aquí cable suficiente para llegar al centro de la tierra y volver!
Aún resuenan en mi memoria aquellas serenas palabras, y todavía puedo recordar mis objeciones. Parecía yo desesperadamente ansioso de acompañar a mi amigo a aquellas profundidades sepulcrales, pero él se mantuvo inflexible. Incluso amenazó con abandonar la expedición si yo seguía insistiendo, amenaza que resultó eficaz, pues sólo él poseía la clave del asunto. Recuerdo aún todo esto, aunque ya no sé qué buscábamos. Después de haber conseguido mi reacia aceptación de sus propósitos, Warren levantó el carrete de cable y ajustó los aparatos. A una señal suya, tomé uno de éstos y me senté sobre la lápida añosa y descolorida que había junto a la abertura recién descubierta. Luego me estrechó la mano, se cargó el rollo de cable, y desapareció en el interior de aquel indescriptible osario.
Durante un minuto seguí viendo el brillo de su linterna, y, oyendo el crujido del cable a medida que lo iba soltando; pero la luz desapareció abruptamente, como si mi compañero hubiera doblado un recodo de la escalera, y el crujido dejó de oírse también casi al mismo tiempo. Me quedé solo; pero estaba en comunicación con las desconocidas profundidades por medio de aquellos hilos mágicos cuya superficie aislante aparecía verdosa bajo la pálida luna creciente.
Consulté constantemente mi reloj a la luz de la linterna eléctrica, y escuché con febril ansiedad por el receptor del teléfono, pero no logré oír nada por más de un cuarto de hora. Luego sonó un chasquido en el aparato, y llamé a mi amigo con voz tensa. A pesar de lo aprehensivo que era, no estaba preparado para escuchar las palabras que me llegaron de aquella misteriosa bóveda, pronunciadas con la voz más desgarrada y temblorosa que le oyera a Harley Warren. Él, que con tanta serenidad me había abandonado poco antes, me hablaba ahora desde abajo con un murmullo trémulo, más siniestro que el más estridente alarido:
—¡Dios! ¡Si pudieras ver lo que veo yo!
No pude contestar. Enmudecido, sólo me quedaba esperar. Luego volví a oír sus frenéticas palabras:
—¡Carter, es terrible..., monstruoso..., increíble!
Esta vez no me falló la voz, y derramé por el transmisor un aluvión de excitadas preguntas. Aterrado, seguí repitiendo:
—¡Warren! ¿Qué es? ¿Qué es?
De nuevo me llegó la voz de mi amigo, ronca por el miedo, teñida ahora de desesperación:
—¡No te lo puedo decir, Carter! Es algo que no se puede imaginar... No me atrevo a decírteIo... Ningún hombre podría conocerlo y seguir vivo... ¡Dios mío! ¡Jamás imaginé algo así!
Otra vez se hizo el silencio, interrumpido por mi torrente de temblorosas preguntas. Después se oyó la voz de Warren, en un tono de salvaje terror:
—¡Carter, por el amor de Dios, vuelve a colocar la losa y márchate de aquí, si puedes!... ¡Rápido! Déjalo todo y vete... ¡Es tu única oportunidad! ¡Hazlo y no me preguntes más!
Lo oí, pero sólo fui capaz de repetir mis frenéticas preguntas. Estaba rodeado de tumbas, de oscuridad y de sombras; y abajo se ocultaba una amenaza superior a los límites de la imaginación humana. Pero mi amigo se hallaba en mayor peligro que yo, y en medio de mi terror, sentí un vago rencor de que pudiera considerarme capaz de abandonarlo en tales circunstancias. Más chasquidos, y, después de una pausa, se oyó un grito lastimero de Warren:
—¡Esfúmate! ¡Por el amor de Dios, pon la losa y esfúmate, Carter!
Aquella jerga infantil que acababa de emplear mi horrorizado compañero me devolvió mis facultades. Tomé una determinación y le grité:
—¡Warren, ánimo! ¡Voy para abajo!
Pero, a este ofrecimiento, el tono de mi interlocutor cambió a un grito de total desesperación:
—¡No! ¡No puedes entenderlo! Es demasiado tarde... y la culpa es mía. Pon la losa y corre... ¡Ni tú ni nadie pueden hacer nada ya!
El tono de su voz cambió de nuevo; había adquirido un matiz más suave, como de una desesperanzada resignación. Sin embargo, permanecía en él una tensa ansiedad por mí.
—¡Rápido..., antes de que sea demasiado tarde!
Traté de no hacerle caso; intenté vencer la parálisis que me retenía y cumplir con mi palabra de correr en su ayuda, pero lo que murmuró a continuación me encontró aún inerte, encadenado por mi absoluto horror.
—¡Carter..., apúrate! Es inútil..., debes irte..., mejor uno solo que los dos... la losa...
Una pausa, otro chasquido, y luego la débil voz de Warren:
—Ya casi ha terminado todo... No me hagas esto más difícil todavía... Cubre esa escalera maldita y salva tu vida... Estás perdiendo tiempo... Adiós, Carter..., nunca te volveré a ver.
Aquí, el susurro de Warren se dilató en un grito; un grito que se fue convirtiendo gradualmente en un alarido preñado del horror de todos los tiempos...
—¡Malditas sean estas criaturas infernales..., son legiones! ¡Dios mío! ¡Esfúmate! ¡¡Vete!! ¡¡¡Vete!!!
Después, el silencio. No sé durante cuanto tiempo permanecí allí, estupefacto, murmurando, susurrando, gritando en el teléfono. Una y otra vez, por todos esos eones, susurré y murmuré, llamé, grité, chillé:
—¡Warren! ¡Warren! Contéstame, ¿estás ahí?
Y entonces llegó hasta mí el mayor de todos los horrores, lo increíble, lo impensable y casi inmencionable. He dicho que me habían parecido eones el tiempo transcurrido desde que oyera por última vez la desgarrada advertencia de Warren, y que sólo mis propios gritos rompían ahora el terrible silencio. Pero al cabo de un rato, sonó otro chasquido en el receptor, y agucé mis oídos para escuchar. Llamé de nuevo:
—¡Warren!, ¿estás ahí?
Y en respuesta, oí lo que ha provocado estas tinieblas en mi mente. No intentaré, caballeros, dar razón de aquella cosa —aquella voz—, ni me aventuraré a describirla con detalle, pues las primeras palabras me dejaron sin conocimiento y provocaron una laguna en mi memoria que duró hasta el momento en que desperté en el hospital. ¿Diré que la voz era profunda, hueca, gelatinosa, lejana, ultraterrena, inhumana, espectral? ¿Qué debo decir? Esto fue el final de mi experiencia, y aquí termina mi relato. Oí la voz, y no supe más... La oí allí, sentado, petrificado en aquel desconocido cementerio de la hondonada, entre los escombros de las lápidas y tumbas desmoronadas, la vegetación putrefacta y los vapores corrompidos. Escuché claramente la voz que brotó de las recónditas profundidades de aquel abominable sepulcro abierto, mientras a mi alrededor miraba las sombras amorfas necrófagas, bajo una maldita luna menguante.
Y esto fue lo que dijo:
—¡Tonto, Warren ya está MUERTO!
***
EL PRINCIPIO DEL PLACER
José Emilio Pacheco

Para Arturo Ripstein

No lo van a creer, dirán que soy un tonto, pero de chico mis ilusiones eran volar, hacerme invisible y ver películas en mi casa. Me decían: espérate a que venga la televisión, será como un cine en tu cuarto. Ahora ya estoy grande y me río de todo eso. Claro, hay televisores por todas partes y sé que nadie puede volar a menos que se suba a un aeroplano. La fórmula de la invisibilidad aún no se descubre.
Me acuerdo de la primera vez. Pusieron un aparato en Regalos Nieto y en la esquina de avenida Juárez y San Juan de Letrán había tumultos para ver las figuritas. Pasaban nada más documentales: perros de caza, esquiadores, playas de Hawai, osos polares, aviones supersónicos.
Pero ¿a quién me estoy dirigiendo? Se supone que nadie va a leer este diario. En Navidad me regalaron la libreta y no había querido poner nada en sus páginas. Llevar un diario me parece asunto de mujeres. Me he burlado de mi hermana porque en el suyo apunta muchas cursilerías: “Querido diario, hoy fue un día tristísimo, esperé en vano la llamada de Gabriel”; cosas así. De esto a los sobres perfumados sólo hay un paso. Qué risa les haría a mis compañeros de la escuela enterarse de que yo también ando con estas mariconadas.
El profesor Castañeda nos recomendó escribir diarios. Según él enseñan a pensar. Al redactarlos ordenamos las cosas. Con el tiempo se vuelve interesante ver cómo era uno, qué hacía, qué opinaba, cuánto ha cambiado. Por cierto, Castañeda me puso diez en mi composición sobre el árbol y publicó en la revista de la secundaria los versos que escribí para el día de la madre. En dictados y composiciones nadie me gana; comento errores pero tengo mejor ortografía y puntuación que los demás. También soy bueno para las historias, inglés y civismo. En cambio, resulto una bestia en física, química, matemáticas y dibujo. No hay otro en mi salón que haya leído casi completo El tesoro de la juventud, así como todo Emilio Salgari y muchas novelas de Alejandro Dumas y Julio Verne. Me encantan los libros pero el profesor de gimnasia nos dijo que leer mucho debilita la voluntad. Nadie entiende a los maestros, uno dice algo y el otro lo contrario.
Escribir tiene su encanto; me asombra ver cómo las letras al unirse forman palabras y salen cosas que no pensábamos decir. Además lo que no se escribe se olvida: reto a cualquiera a decirme día a día qué hizo el año anterior. Ahora sí me propongo contar lo que me pase.
Voy a esconder este cuaderno. Si alguien lo leyera me daría mucha vergüenza.
Dejé varios meses en blanco. De hoy en adelante trataré de hacer unas líneas todos los días o cuando menos una vez por semana. El silencio se debió a que nos cambiamos a Veracruz. Mi padre fue nombrado jefe de la zona militar. No me acostumbro a este clima, duermo mal y se me ha hecho muy pesada la escuela. Todavía no tengo amigos entre mis compañeros de aquí. Los de México no me han escrito. Me dolió mucho despedirme de Marta. Ojalá cumpla su promesa y convenza a su familia para que la traiga en las vacaciones. La casa que alquilamos no es muy grande. Sin embargo está frente al mar y tiene jardín. Leo y estudio en él cuando no hace mucho sol. Veracruz me encanta. Lo único malo, aparte del calor, es que sólo hay tres cines y todavía no llega la televisión.
Nado mucho mejor y ya aprendí a manejar. Me enseñó Durán, el nuevo ordenanza de mi padre. Otra cosa: cada semana va a haber lucha libre en el cine Díaz Mirón. Si mejoran mis calificaciones me darán permiso de ir.
Hoy conocí a Ana Luisa, una amiga de mis hermanas, hija de la señora que les cose la ropa. Vive más o menos cerca de nosotros, aunque en una zona más pobre, y trabaja en El Paraíso de las Telas. Estuve timidísimo. Luego traté de aparecer desenvuelto y dije no sé cuántas estupideces.
Al terminar las clases me quedé en el centro con la esperanza de ver a Ana Luisa cuando saliera de la tienda. Me subí al mismo tranvía Villa del Mar por Bravo que toma para regresar a su casa. Hice mal porque Ana Luisa estaba con sus amigas. No me atrevía a acercarme pero la saludé y ella me contestó muy amable. ¿Qué pasará? Misterio.
Exámenes trimestrales. Me volaron en química y en trigonometría. Por suerte mi mamá aceptó firmar la boleta y no decirle nada a mi papá.
Ayer, en Independencia (o Principal, como la llaman los de aquí), Pablo me presentó a un muchacho de lentes, mayor que nosotros. Cuando nos alejamos Pablo me dijo — Ése anduvo con la que te gusta—. No dio mayores detalles ni me atreví a hacer preguntas.
Manejé desde Villa del Mar hasta Mocambo. Durán dice que lo hago bastante bien. Me parece buena persona aunque ya tiene como veintiocho años. Un mordelón nos detuvo porque me vio muy chico para andar al volante. Durán lo dejó hablar y mientras el tipo me pedía la licencia o el permiso de aprendizaje. Luego le dijo quién era mi padre y todo se arregló sin necesidad de dinero.
Ni sombra de Ana Luisa en muchos días. Parece que se tuvo que ir a Jalapa con su familia. Doy vueltas por su casa y siempre está cerrada y a oscuras.
Fui al cine con Durán. A la entrada nos esperaba su novia. Me cayó bien. Es simpática. Está bonita pero un poco gorda y tiene un diente de oro. Se llama Candelaria, trabaja en la farmacia de los portales. La fuimos a dejar a su casa. De vuelta le confesé a Durán que estaba fascinado con Ana Luisa. Respondió: — Me lo hubieras dicho antes. Te voy a ayudar. Podemos salir juntos los cuatro.
No he escrito porque no pasa nada importante. Ana Luisa no vuelve todavía. ¿Cómo puedo haberme enamorado de ella si no la conozco?
Candelaria y Durán me invitaron a tomar helados en el Yucatán. Candelaria me preguntó mucho acerca de Ana Luisa. Durán le contó la historia, aumentándola. ¿Y ahora?
Al regresar de la escuela me pasó algo muy impresionante: vi por primera vez un muerto. Claro, conocía las fotos que salen en La Tarde, pero no es lo mismo, qué va. Había mucha gente y aún no llegaba la ambulancia. Alguien lo cubrió con una sábana. Unos niños la levantaron y me horrorizó ver el agujero en el pecho, la boca y los ojos abiertos. Lo peor era la sangre que corría por la acera y me daba asco y terror.
Lo mataron con uno de esos abridores para cocos que en realidad son cuchillos dobles y tienen en medio un canalito. El muerto era un estibador o un pescador, no me enteré bien. Deja ocho huérfanos y lo mató por celos el zapatero, amante de la señora que vende tamales en el callejón. El asesino huyó. Ojalá lo agarren. Dicen que estaba muy borracho.
Me extraña que alguien pueda asesinar por una mujer tan vieja y tan fea como la tamalera. Yo creía que sólo la gente joven se enamoraba… Por más que hago no dejo de pensar en el cadáver, la herida espantosa, la sangre hasta en las paredes. No sé cómo le habrá hecho mi padre en la revolución, aunque dice que al poco tiempo de andar en eso uno se acostumbra a ver muertos.
Volvió Ana Luisa. Vino a la casa. La saludé pero no supe cómo ni de qué hablarle. Después salió con mis hermanas. ¿En qué forma podré acercarme a ellas?
El domingo Ana Luisa, la Nena y Maricarmen van a ir al cine y después a la retreta en el zócalo. Maricarmen me preguntó si me gustaba Ana Luisa. Como buen cobarde, respondí — No, cómo crees: hay muchachas mil veces más bonitas.
Llegué al zócalo a las seis y media. Me encontré a Pablo y a otros de la escuela y me puse a dar vueltas con ellos. Al rato apareció Ana Luisa con Maricarmen y la Nena. Las invité a tomar helados en el Yucatán. Hablamos de películas y de Veracruz. Ana Luisa quiere irse a México. Durán vino a buscarnos en el coche grande y fuimos a dejar a Ana Luisa. En cuanto ella se bajó, mis hermanas empezaron a burlarse de mí. Hay veces en que las odio de verdad. Lo peor fue lo que dijo Maricarmen: — Ni te hagas ilusiones, chiquito: Ana Luisa tiene novio, sólo que no está aquí.
Después de mucho dudarlo, por la tarde esperé a Ana Luisa en la parada del tranvía. Cuando se bajó con sus amigas la saludé y le puse en la mano un papelito:
Ana Luisa: Estoy enamorado de ti. Me urge hablar contigo a solas. Mañana te saludaré como ahora. Déjame tu respuesta en la misma forma. Dime cuándo y dónde podemos vernos, o si prefieres que ya no te moleste.
Luego me pareció una metida de pata la última frase pero ya ni remedio. No me imagino qué va a contestarme. Más bien creo que me mandará al demonio.
Todo el día estuve muy inquieto. Contra lo que esperaba, Ana Luisa respondió:
Jorge no lo creo, como bas a estar enamorado de mi, asepto que hablemos, nos vemos el domingo amediodía en las siyas de Villa del Mar.
Durán: — ¿Ya ves? Te dije que era pan comido. Ahora sigue mis consejos y no vayas a pen… el domingo.
Maricarmen: —Oye ¿qué te pasa? ¿Por qué andas tan contento?
Lo malo es que no estudié nada.
Quince minutos antes de la cita, alquilé una silla de lona en la terraza frente a la playa y me puse a leer Compendio de filosofía, un libro de la Nena, para que Ana Luis me viera con él. No entendí una sola palabra. Estaba inquieto y no podía concentrarme. Dieron las doce y nada. Las doce y media y tampoco. Pensé que no iba a venir. Ya me había hecho el ánimo de irme cuando apareció Ana Luisa.
— Perdona la tardanza: no podía escaparme.
— ¿De quién?
— De mi mamá. No me deja salir.
— ¿Recibiste mi carta?
— ¿Cuál carta?
— Mi recado, quiero decir.
— Claro, te contesté: por eso estamos aquí ¿no?
— Tienes razón. Qué bruto soy… ¿Y qué piensas?
— ¿De qué?
— De lo que te decía.
— Ah, pues no sé. Dame tiempo.
— Ya tuviste mucho tiempo: decídete.
— ¿Cómo quieres que me decida si no te conozco?
— Ana Luisa, yo tampoco te conozco y ya ves…
— ¿Ya ves qué?
— … Estoy enamorado de ti.
Me sonrojé. Estaba seguro de que Ana Luisa iba a reírse. Pero en vez de contestarme me tomó de la mano como si no estuviéramos rodeados de gente, en plena terraza entre el salón de baile y la playa.
No quiso que la invitara a tomar nada. Nos fuimos caminando por el malecón hasta el fraccionamiento Reforma. Me sentía feliz aunque con miedo de que alguien de la casa nos descubriera. Porque se supone que aún no estoy en edad de andar con mujeres; intentarlo es un delito que arruina los estudios y el desarrollo normal y debe castigarse con la pena máxima. No sé, el placer de caminar con su mano en mi mano, cerca de Ana Luisa que es tan hermosa con su cara tan bella y su cuerpo perfecto, valía todos los riesgos. Al fin Ana Luisa habló:
— Bueno, debo confesarte que tú también me gustas.
Quedé en silencio. Me detuve a mirarla.
— Pero hay un problema.
— ¿Cuál?
— Eres como dos o tres años menor que yo. Voy a cumplir dieciséis.
— Qué importa.
— ¿De verdad?
— Claro que no importa.
Se acercó a mí. La abracé. Nos besamos. Quisiera escribir todo lo que pasó después. Pero acaban de llegar mis hermanas. Sería fatal que leyeran esta libreta. Voy a guardarla en lo más hondo del ropero. Sólo apunto que me sentí feliz y todo salió mil ves mejor de lo que esperaba.
Noche a noche me he reunido con Ana Luisa en el malecón y nos hemos besado en la oscuridad. No he escrito por miedo de que alguien pueda leerlo. Pero si dejo de escribir no quedará nada de todo esto. Ni siquiera tengo una foto de Ana Luisa. Se niega a dármela, ya que si la encuentran mis hermanas…
Ayer tuve que interrumpirme porque mi padre entró en el cuarto y me preguntó: — ¿Qué estás escribiendo?
Le dije que era la tarea de historia de México y me creyó. Lo he visto muy nervioso: hay problemas en el sur del estado. Los campesinos no quieren desocupar las tierras en que se construirá la nueva presa del sistema hidroeléctrico. Los pueblos quedarán cubiertos por las aguas y sus habitantes van a perderlo todo. Si las cosas no se arreglan él tendrá que ir a hacerse cargo del desalojo. Hoy le habló de eso a mi mamá. Dijo que como el ejército salió del pueblo no debe disparar contra el pueblo. No sé mucho de mi padre, casi no hablamos, pero una vez me contó que era muy pobre y se metió a la revolución hace como mil años, cuando tenía más o menos mi edad.
Un día horrible. Ana Luisa se fue otra vez a Jalapa. Prometió escribirme a casa de la novia de Durán. Ando cada vez peor en la escuela. Pensar que en la primaria era uno de los mejores alumnos.
Durán me llevó a practicar en carretera. Manejé desde Mocambo hasta Boca del Río. Candelaria vino con nosotros. Aseguró que cuando regrese Ana Luisa logrará que la dejen salir con ella, y nos iremos a pasear los cuatro.
Candelaria me habló por teléfono. Recibió carta de Ana Luisa y me la enviará con Durán. Me gustaría haber ido a recogerla. Era domingo, no hubo ningún pretexto para salir y tuve que pasar todo el día muerto de desesperación en la casa.
Querido Jórge perdonáme que no te alla escrito pero es que no e tenido tiempo pues ha habido muchos problemas y no me dejan un minuto sola. Fijate que ora que llegamos mi tia le conto todo a mi papá de que salia yo sola contigo y nos abrasabamos y besavanos en el malecón y en fin quien sabe cuanta cosa le dijo.
Luego que mi tia se fue mi papá me llamo y me dijo que ella le abia dicho y yo le dige que no era cierto, que saliamos pero con tus hermanas. Bueno, no te creas que lo crelló.
Jórge los dias se me asen siglos sin verte, a cada rato pienso en ti, en las noches me acuésto pensando en ti, quisiera tenerte siempre junto a mi, pero ni modo que le vamos a ser.
Jórge apurate en tus clases haber si es posible que vengas a Jalapa porque lo que es yo a Veracruz quien sabe asta cuando valla.
Bueno querido Jórge, saludos a la Nena y a Marycarmen, a tu mamá y a tu papá tan bien y muy especialmente a Duran y a su nobia.
No vallas a mandarme cartas a esta dirección, si quieres escribirme aslo a lista de correos Jalapa Veracruz a nombre de LUISA BERROCAL, me entregan la carta porque tengo una credecial con ese nombre.
Buéno, a Dios Jorge, recibe muchos besos de la que te quiere y no puede olbidar.
Ana Luisa
Una vez copiada la carta al pie de la letra (Ana Luisa habla bien: ¿por qué escribirá en esta forma? Debe ser porque no lee), haré aquí mismo un borrador de contestación:
Amor mío (No) Querida Ana Luisa (Tampoco: suena indiferente) Queridísima e inolvidable Ana Luisa (Jamás: salió cursi). Muy querida (Mejor) Mi muy querida Ana Luisa (Así está bien, creo yo):
No te puedes imaginar la enorme alegría que me dio tu carta, la carta más esperada del mundo. (Suena mal, pero en fin) Tampoco te imaginas cómo te extraño y cuánta necesidad tengo de verte. Ahora sé que de verdad te amo y estoy enamorado de ti. Sin embargo, debo decirte con toda sinceridad que hay tres cosas extrañas en tu carta:
Primera. Creí que la señora con la que vives era tu mamá, y resulta ser tu tía (Por cierto, nunca me dijiste que tu papá estaba en Jalapa. Siempre temí que fuera a descubrirnos cuando yo te dejaba en la esquina de tu casa.)
Segunda. ¿Por qué no puedes regresar? ¿Por qué tienes que ir siempre a Jalapa? Todo esto me preocupa mucho. Te ruego aclararme las dudas.
Tercera. Envío esta carta a lista de correos y dirigida en la forma que me indicas; pero no entiendo cómo es que tienes una credencial con un nombre que no es el tuyo. ¿Verdad que me lo vas a explicar?
De por acá no te cuento nada porque todo es horrible sin ti. Regresa pronto. Te necesito. Te adoro. Te mando muchos besos con mi más sincero amor.
Jorge.
Bueno, el principio y el fin se parecen bastante a las cartas que le manda Gabriel a Maricarmen. (Las he leído sin que ella lo sepa.) Pero creo que en conjunto está más o menos aceptable. Voy a pasarla en limpio y a dársela a Durán para que mañana la ponga en el correo.
De aquí a un año ¿en dónde estaré? ¿Qué habrá pasado? ¿Y dentro de diez?
Llegué a casa con la boca partida y chorreando sangre de la nariz. A pesar de todo gané el pleito. Al salir de la escuela me di de golpes con Óscar, el hermano de Adelina, esa gorda que habla mal hasta de su madre y es muy amiga de la Nena. Óscar dijo que me habían visto en el malecón en plan de noviecito con Ana Luisa y estaba haciendo el ridículo porque ella se acuesta con todo el mundo. No lo creo ni voy a permitir que nadie lo diga. Lo mal es que con el chisme de este imbécil y la carta de la propia Ana Luisa ya son demasiados misterios y dudas. Tuve que mentir: dije que peleé porque criticaron a mi padre debido al asunto de la presa y de los pueblos que van a ser inundados.
Anegaron las tierras, concentraron a sus habitantes en no sé dónde y no tuvo que intervenir directamente mi padre. Sigo esperando respuesta de Ana Luisa. Fui al cine con Candelaria y Durán. Programa doble: Sinfonía de París y Cantando bajo la lluvia.
En la escuela nadie se me acerca. Después de lo que pasó con Óscar tienen miedo de hablarme o me están aplicando la ley del hielo. Hasta Pablo, que ya era casi mi mejor amigo, trata de que no nos vean juntos.
No pude más: le conté a Candelaria y Durán todos los misterios de Ana Luisa. Candelaria me dijo que no había querido mencionar el tema para no desilusionarme, si ahora estaba dispuesta a hacerlo era por amistad y para que supiese a qué atenerme. Jura no tener nada en contra de Ana Luisa pero no le gusta ver cómo engañan a la gente.
El motivo de los viajes a Jalapa es que su padre y su “tía”, es decir, la madrastra, la señora que vive con él —pues la verdadera madre huyó con otro hombre cuando Ana Luisa estaba recién nacida—, tratan de casarla porque tuvo relaciones con un muchacho de allá. Por el tono en que Candelaria pronuncia la palabra se entiende qué clase de relaciones. No pueden hacer nada por la ley ni por la fuerza: él es sobrino de un exgobernador, si se ponen en contra suya tienen perdida la pelea, no les queda sino la súplica. Fingí indiferencia ante Candelaria y Durán. Por dentro estoy que me lleva el demonio.
Muy querida Ana Luisa: ¿Recibiste mi carta? ¿Por qué no me contestas? Me urge verte y hablar contigo. Han pasado cosas muy extrañas. Te suplico que regreses lo más pronto posible o cuando menos que me escribas y me digas si hay un teléfono al que pueda llamarte. Envíame aunque sea una tarjeta postal. Te ruego hacerlo ahora mismo. No lo dejes para después. Te manda muchos besos, te extraña cada vez más y te quiere siempre
Jorge
Nunca debí haberle contado nada a Durán. Me trata de otra manera y se toma una serie de confianzas que no tenía antes. En fin…
Tal parece que la cuestión de Ana Luisa me obliga a pelearme con medio mundo. Mis compañeros ya no me dicen nada aunque me siguen viendo como un bicho raro. En la casa mis hermanas se burlan y sospecho que ya saben toda la historia. (Su amiga Adelina se divierte contando vida y milagros de Veracruz entero. Como a Adelina nadie le echa un lazo, su especialidad es llevar un registro de quién se acuesta con quién.)
Pero ¿qué estará pasando en Jalapa? ¿Por qué no me contesta Ana Luisa? ¿Será verdad lo que me dijo Candelaria? ¿Lo habrá inventado sólo por envidia? (Ana Luisa es más joven y más guapa que ella.)
En vez de estudiar trigonometría estaba leyendo Las minas del rey Salomón cuando sonó el teléfono. Era Ana Luisa que hoy volvió de Jalapa. Muy rápido me dijo:
— Gracias por escribirme. Me he acordado mucho de ti. Nos vemos mañana al salir del trabajo. Y ahora, para disimular, comunícame con la Nena.
Pasaré una tarde y una noche horribles. No resisto el deseo de verla.
¿Por dónde empezar? Por el principio: Durán no quiso prestarme el coche porque si mi padre llegara a enterarse lo mandaría al paredón. Propuso que saliéramos los cuatro. Él y Candelaria irían a
buscarme al colegio y Ana Luisa nos esperaría cerca de El Paraíso de las Telas. Candelaria le avisaría del plan. Así fue.
Ana Luisa estaba en la esquina de la tienda. No pareció molesta porque vinieran conmigo los otros dos. Saludó a Candelaria como si la conociese de mucho antes, subió al asiento de atrás, se puso a mi lado y, sin importarle que la vieran, me dio un beso.
— ¿A dónde vamos? —preguntó—. Me dan permiso hasta las ocho.
— Por allí, a dar la vuelta —contestó Durán—. ¿Qué les parece Antón Lizardo?
— Muy lejos —respondió Ana Luisa.
— Sí, pero en otra parte pueden verlos —añadió Candelaria.
— Ay, tú, ni que fuéramos a hacer qué cosa —dijo Ana Luisa.
— Niña, por Dios, no tengas malos pensamientos —se apresuró a comentar Durán con voz de cine mexicano—. Es que si nos cachan en la movida chueca y le cuentan a mi general, el viejo me fusila por andar de encaminador de almas aquí con su muchachito.
Ellas se rieron, yo no. Me molestó el tono de Durán. Pero qué iba a contestarle si me hacía un favor y me hallaba en sus manos.
Durán salió a Independencia y se fue recto por Díaz Mirón hasta entrar en la carretera a Boca del Río y Alvarado. Cuando pasamos frente al cuartel de La Boticaria, Durán advirtió, mientras observaba por el espejo:
— Agáchate, niño, no te vayan a descubrir porque entonces sí pau-pau.
Tuve que fingir una sonrisa pues enojarme hubiera sido ridículo. De todos modos sentí rabia de que Durán me tratara como a un bebé para lucirse ante las muchachas.
Iba a medio metro de Ana Luisa, la miraba sin atreverme a abrir la boca. Después de haberle escrito cartas no sabía qué decirle ni cómo hablarle ante extraños. Durán, en cambio, manejaba a toda velocidad, llevaba casi incrustada en él a Candelaria y de vez en cuando se volvía hacia nosotros.
Ana Luisa me pareció muy divertida con el juego. Me sonreía pero tampoco hablaba. Hasta que al fin me dijo como para que la oyeran los demás:
—Ven, acércate: no muerdo.
No me gustaron sus palabras. Sin embargo aproveché la frase para deslizarme en el asiento, pasarle el brazo, tomarle la mano y besarla en la boca. Traté de hacerlo en silencio pero de todos modos hubo un chasquido. Durán gritó:
—Eso, niños, muy bien: así se hace.
Me pareció tan imbécil que sentí ganas de contestarle: “Tú, no me temas, ca…”. Me aguanté: si peleaba con él lo echaría todo a perder y lo importante es que Ana Luisa y yo íbamos a estar, al menos relativamente solos.
Serían como las seis y media de la tarde cuando dejamos atrás la Escuela Naval y entramos en la playa. Nos fuimos hasta mucho más lejos de donde los pescadores tienden sus redes y sus barcas. Bajamos del coche. Ellas dos se adelantaron a ver algo en la arena y se dijeron cosas que no escuché. Durán susurró entre dientes:
— Si no aprovechas ahora es que de plano eres muy pen…. Ésta ya anda más rota que la pu… madre.
Durán nunca me había hablado así. No me pude aguantar y le contesté:
— Mejor te callas ¿no? A ti qué chin… te importa, carajo.
No respondió. Él y Candelaria se abrazaron y volvieron al Buick. Ana Luisa y yo, tomados de la mano, nos alejamos caminando para la orilla del mar. La brisa era tan fuerte que le alzaba la falda y pegaba la blusa de Ana Luisa contra sus senos. Nos sentamos en un tronco arrojado por la marea al pie de los médanos.
— Ana Luisa, quiero hacerte varias preguntas.
— No tengo ganas de hablar. Además ¿no que ya te andaba por quedarte a solas conmigo? Bueno, aquí me tienes, aprovecha, no perdamos el tiempo.
— Sí pero quisiera saber…
— Ay, hombre, seguramente ya te llegaron con chismes. No hagas caso. ¿O qué: no me quieres, no me tienes confianza?
— Te adoro —y la abracé y la besé en la boca. Tocó mi lengua con la suya, la estreché y empecé a acariciarla.
— Te amo, te amo, te amo. Me gustas mucho —me decía con un apasionamiento desconocido. Y sin saber cómo ya era de noche, ya estábamos rodando por la arena sin dejar de besarnos, le metía la mano por debajo de la blusa, le acariciaba las piernas y estuve a punto de quitarle la falda. (Si alguien ve este cuaderno se me arma el escándalo, pero debo escribir lo que pasó hoy.) De repente nos dio en los ojos una luz cegadora.
Pensé: es una broma de Durán. No: el Buick estaba muy lejos y seguía con los faros apagados. Era un autobús escolar que se acercaba por la playa. No tengo la menor idea de qué iban a hacer a esa hora las alumnas de la escuela de monjas. Tal vez a buscar erizos, conchas o algas para un experimento, quién sabe.
Ana Luisa y yo nos levantamos y, otra vez tomados de la mano, seguimos caminando por la orilla como si nada. El autobús se estacionó casi frente a nosotros. Bajaron muchas niñas de uniforme gris y dos monjas. Nos miraron con tal furia que tuvimos que refugiarnos en el coche, no sin
antes sacudirnos la arena que nos había entrado hasta por las orejas. Candelaria se estaba peinando y Durán se metía la camisa en los pantalones.
— Malditas brujas, nos aguaron la fiesta —dijo.
— Vámonos a otro lado —propuse.
— No, ya es tardísimo. Mejor nos regresamos —contestó Ana Luisa.
— Sí, ya hay que volver. Imagínate si tu papá se entera de esto —añadió Durán.
— ¿Qué tiene?
— Nos pone una friega de perro bailarín y ya no podremos salir de nuevo los cuatro—. En otras palabras Durán quería decirme: “Y sin mi ayuda nunca volverás a estar a solas con Ana Luisa en un lugar apartado”.
El cambio de Durán me sorprendió. Entendí mi acierto en ponerle un alto. El regreso fue extraño: nadie hablaba. Pero yo tenía abrazada a Ana Luisa y la besaba y acariciaba por todas partes sin importarme ya que nos vieran. La dejamos a la vuelta de su casa. Se fue sin decirme cuándo nos volveríamos a ver.
Nos despedimos de Candelaria. Durán me llevó al baño de un restaurante. Me lavé la cara y me peiné, me puse pomada blanca en los labios hinchados y loción en el pelo. No sabía que Durán llevaba siempre estas cosas en la cajuela.
Desde luego, al regresar hubo gran lío con mi mamá por la tardanza y por no haber llamado. (Mi padre está en México y no vuelve hasta el lunes.) Durán se portó bien. Dijo que me estaba enseñando a manejar en carretera y se nos ponchó una llanta. He escrito mucho y estoy cansadísimo. No puedo más.
A cambio de ayer hoy fue un día espantoso. Estuve ido en clase. Por la noche mi mamá dijo:
— Ya sé que andas con esa muchacha. Sólo te voy a hacer una advertencia: no te conviene.
Quisiera saber cómo se enteró.
Ana Luisa llamó. Tuve la suerte de contestar el teléfono. Sólo alcanzó a decirme que me esperaba en el malecón a las siete y media. Estuvo muy cariñosa y me rogó que no volviéramos a salir con Durán y Candelaria. Lo malo es que sólo así dispongo del Buick, que es el vehículo privado: el yip no puede manejarlo nadie que no sea del ejército. No me atreví a preguntarle acerca de lo que me dijo Candelaria. Pensaría que no le tengo confianza. Ana Luisa me contó que mis hermanas la saludaron muy fríamente. Es decir, ya se sabe todo en la casa… Por nada del mundo dejaré a Ana Luisa.
También hoy estuve hecho un idiota en clase. Voy cada vez peor hasta en las materias que antes dominaba. Cuando mi padre vea las calificaciones va a ser un desastre. No puedo estudiar ni concentrarme. Todo el tiempo estoy pensando en Ana Luisa y en cosas.
¿Por qué será que Ana Luisa siempre me pregunta y en cambio se niega a contarme de ella y de su familia? Supongo que se avergüenza de su padre porque tiene un carro de esos con magnavoz y anda por los pueblos vendiendo remedios contra el paludismo y las lombrices, callicidas, tintura para las canas, veladoras antimosquitos, ratoneras y no sé cuántas porquerías. Su trabajo no tiene nada de malo. Más debería avergonzarme el que mi padre se haya ganado la vida derramando sangre.
Ana Luisa no quiere mucho al señor porque jamás está en casa, la ha hecho sufrir con varias madrastras y, como es hija única, la puso a trabajar desde muy chica. A ella le gustaría seguir estudiando. Es muy inteligente pero como sólo llegó a cuarto de primaria no lee sino historietas, se sabe de memoria el Cancionero Picot, escucha los novelones de la radio y adora las películas de Pedro Infante y Libertad Lamarque. Me he reído un poco de sus gustos. Hago mal pues qué culpa tiene ella si no le han enseñado otra cosa.
Cuando menos el otro día la defendí ante Adelina. Se burlaba de Ana Luisa porque fueron a ver Ambiciones que matan y no la entendió pues no le da tiempo de leer los letreros en español. (Ana Luisa me contó su versión de Quo vadis? y es como para ponerse a llorar.) Su falta de estudios resulta un problema. No obstante, puede remediarse y además veo en ella cualidades que la compensan. No tengo derecho a criticarla. Amo a Ana Luisa y lo demás no importa.
Un día horrible. Ana Luisa se fue otra vez a Jalapa. Sopló un norte, se inundaron las calles y el jardín de la casa. Me peleé con la Nena porque dijo:
— Oye, a ver si te buscas una novia decente y no sigues exhibiéndote con esa tipa que anda manoseándose con todos.
Por fortuna no estaba nadie más. La Nena, no lo dudo, va a contarle a mi mamá que la insulté y se burlará de mí con Maricarmen y Adelina porque dije que estaba orgulloso de Ana Luisa y la quería mucho. Bueno, ya confesé, ya nada tengo que ocultar.
Este domingo amanecí tan triste que no encontré fuerzas para levantarme de la cama. Con el pretexto de que me dolían la cabeza y la garganta pasé horas pensando en qué hará Ana Luisa y cuándo regresará de Jalapa. Lo peor fue que mi mamá me untó el pecho con antiflogestina y por poco me vomito.
Humillación total. El director me mandó llamar a su despacho. Dijo que mis calificaciones van para abajo en picada y mi conducta fuera de la escuela es ya escandalosa. Si no me corrijo de inmediato, hablará con mi padre y le recomendará que me interne en Hijos del Ejército, que es como una correccional. El maldito sapo capado me echó un sermón. Insistió en que no tengo edad para andar con mujeres que me van a perder y a volverme un guiñapo. La sexualidad es una maldición que lanzó Dios contra el género humano y la única manera de encauzarla es dentro del matrimonio, sentenció el muy hipócrita. ¿Pensará que nadie se entera de cuando para el ojo que le bizquea mirándoles las piernas a las muchachas?
Tuve que aguantar el manguerazo con la vista baja y diciéndole a todo como el auténtico pen… que soy:
— Sí, señor director, tiene usted razón, señor director, le prometo que no se repetirá, señor director.
Para terminar la joda, me dio de palmaditas con su mano sebosa:
— Tú tienes buena madera, muchacho. Todos cometemos errores. Sé muy bien que pronto estarás de nuevo por el buen camino. Anda, vuelve a tu salón y no les cuentes nada a tus compañeros.
Así pues, ya el mundo entero sabe lo de Ana Luisa y todos, sin excepción, están en contra. Serían más compasivos si yo hubiera matado al tipo que vi muerto. Qué les importa lo que Ana Luisa y yo hagamos.
Todo sigue igual. Extraño a Ana Luisa. ¿Qué hará, cuándo volverá, por qué no me escribe?
Las cosas van de mal en peor. Comí en Boca del Río con toda mi familia y Yolanda, una amiga guapísima de mis hermanas. En un momento en que mis padres fueron a otra mesa, para saludar a don Adolfo Ruiz Cortinez, el viejito que dentro de pocas semanas será presidente, ellas me echaron indirectas, dijeron que Gilberto —el hermano de Yolanda, un sangrón que es muy amigo de Pablo— anda toda la vida con sirvientas en vez de fijarse en las muchachas de la escuela.
— Las gatas han de tener su no sé qué —dijo Maricarmen mirándome a los ojos—. Porque te aseguro que Gilberto no es el único gatero que conocemos.
Sentí ganas de echarle a la cara la sopa hirviente. Por fortuna Yolanda cambió la conversación. Maricarmen olvida que después de todo su Gabrielito es un pobre diablo aunque sea hijo de un gran industrial y tenga mucho dinero. Por lo que hace a la Nena, el único novio que ha pescado era un capitancillo de intendencia. Lo que pasa es que les gustaría enjaretarme a Adelina. Qué horror. Antes muerte que soportar a esa ballena.
Hace tres días que mi padre no se presenta en la casa. Mi mamá llora todo el tiempo. Le pregunté a Maricarmen qué pasaba. Me contestó: —No te metas en donde no te llaman.
Regresó mi padre. Aseguró que había ido a Jalapa a tratar de asuntos militares con el futuro presidente. (Se teme que haya una rebelión pues algunos generales lo acusan de ser un traidor que colaboró con los norteamericanos cuando invadieron Veracruz en 1914. Según mi familia, es una calumnia porque Ruiz Cortinez, aunque no sea brillante ni simpático al estilo de Miguel Alemán, es un hombre honrado. Cuando menos no parece un ladrón como los demás: lo único que le gusta es sentarse a jugar dominó en los portales. Otros aseguran que, por ser tan anciano, no llegará vivo al cambio de poderes. Tiene casi sesenta años, como el cura Hidalgo y Venustiano Carranza, las momias más vetustas de la historia de México.)
Si mi padre fue a arreglar cosas oficiales pudo haber llamado por teléfono ¿no es cierto? Durán, quien desde luego lo acompañó como chofer, sabe toda la verdad pero no va a decirme una palabra. ¿Habrá visto Durán a Ana Luisa? Imposible, ni siquiera yo tengo su dirección en Jalapa.
Me salvé de milagro. Estaba solo cuando llegó el cartero. Recogí la correspondencia. Un sobre sin remitente me dio mala espina. Aunque estaba dirigido a mi padre lo abrí, a riesgo de encontrar una carta normal. Mi presentimiento no falló: era un anónimo. En letras de El Dictamen, pegadas malamente con goma, decía:
UNO, DOS, TRES, PROBANDO, PROBANDO. LA SOCIEDAD VERACRUZANA, ESCANDALIZADA POR LA CONDUCTA DE USTED Y DE SU HIJO, SI ESTO HACE AHORA EL NIÑITO ¿QUÉ SERÁ CUANDO CREZCA? INTÉRNELO EN UN REFORMATORIO CUANTO ANTES, EVITE QUE LO SIGA DESGRACIANDO EL MAL
EJEMPLO QUE LE DA USTED CON SU LIBERTINAJE Y SU SERVILISMO ANTE EL SUPERLADRÓN MIGUEL ALEMÁN Y EL TRAIDOR RUIZ CORTINES. AQUÍ TODOS SOMOS DECENTES Y TRABAJADORES. ¿POR QUÉ SIEMPRE NOS MANDAN DE MÉXICO GENTE DE SU CALAÑA? REPUDIAMOS A FAMILIAS CORRUPTAS COMO LA SUYA. DE TAL PALO TAL ASTILLA. VIGILAMOS. SEGUIREMOS INFORMANDO. LAS PAREDES OYEN. TODO SE SABE. NO HAY CRIMEN IMPUNE. QUIÉN MAL ANDA MAL ACABA. ¿ENTERADO? CAMBIO Y FUERA.
Voy a quemarlo ahora mismo y a enterrar las cenizas en le jardín. Nunca había visto un anónimo de verdad. Creí que sólo existían en las películas mexicanas. No me imagino quién puede haberlo mandado ni por qué lo envió a la casa y no a la zona militar. No será ninguno de mis compañeros ni una amiga de mis hermanas. (Dicen que Adelina escribe anónimos pero no creo que se atreviera a hacerlo con mi padre.) Nadie que yo conozca tendría la paciencia de recortar letritas e irlas pegando horas y horas. Además allí se usan palabras no empleadas pro la gente que me parecería sospechosa.
Me suena un poco al lenguaje del director, que además es radioaficionado; pero él que tiene que andar hablando a nombre de la sociedad veracruzana si tampoco es de aquí. No, el director no se atrevería a meterse con mi padre: sabe que es capaz de darle un balazo. Y aunque lo aborrezco, el director no me parece tan bajo como para mandar un anónimo.
Le doy vueltas y vueltas y todavía no lo creo. A lo mejor me equivoqué y es una mala interpretación. Quién sabe. Resulta que fui a ver a Candelaria con la esperanza de que me tuviera carta de Ana Luisa. Nunca antes la había visto sin Durán. Como la farmacia estaba llena de clientes, me llamó a una esquina del mostrador, se puso insinuantísima y me dijo:
— Tú tomas muy en serio las cosas. Deberías divertirte, pasarla bien y no ser tan a la antigüita. ¿Cuándo quieres que echemos una buena conversada? Te voy a dar algunos consejos.
— Cuando quieras. Nos ponemos de acuerdo con Durán.
— No, no le digas nada. Ni siquiera le comentes que hablamos. Mejor nos vemos tú y yo solitos. ¿Qué te parece?
— Pues, este, digo, bueno, es decir… Tú eres su novia ¿verdad?
— Sí, pero no nacimos pegados. ¿Qué tiene de malo que tú y yo nos reunamos? Me caes muy bien ¿sabes? Durán no es mala gente pero es muy soldadote. En cambio tú eres finito, bien guapito, y no estás tan maleado.
— Oye, es que francamente no sé qué pensar. Me da pena.
— ¿Pena? ¿Por qué pena? Mi hijito, recuerda que después de todo Durán es tu ga-to, tu cria-do. Además lo crees muy tu amigo pero no tienes la menor idea de lo que dice de ti y de tu familia; de que eres un niñito consentido y más bien tontito; de lo feas y resbalosas que son tus hermanas; de que tu papá no es un militar sino un tirano y un ladrón que hace negocio hasta con los frijoles de la tropa y un viejo verde que todo se lo gasta en muchachitas. Porque has de saber…
Candelaria iba a seguir diciendo horrores cuando el dueño de la farmacia le llamó la atención y le recordó que estaba prohibido conversar en horas de trabajo. Antes de que saliera alcanzó a pedirme:
— Llámame aquí o búscame en mi casa. Ya sabes dónde. No tengo teléfono.
¿Qué hago? ¿Le hablo o mejor no? No, para qué meterme en más líos. Y sobre todo no puedo traicionar a Ana Luisa ni tampoco a Durán.
Muy querida Ana Luisa: ¿Cómo estás? ¿Por qué no me escribes? Te extraño mucho, me haces mucha falta. Regresa pronto. Necesito verte. Recibe muchos besos con todo mi amor.
Acababa de poner esto en una tarjeta postal (dentro de un sobre) cuando llegó Durán muy misterioso a darme una carta que Candelaria le había entregado por la mañana. Sospecho que ellos dos la abrieron poniéndola al vapor y después la pegaron con engrudo. No puedo ser tan desconfiado. La copio tal como está:
Quérido Jorge pérdoname que te escriva porquito pero estoy cuidando a mi papá, de repente se puso malo de un disjusto que tubo, gracias a Diós no es nada grave, estará bueno pronto y en seguido vuelvo.
Jorge estoy muy triste sin ti, pienso que no vas acordarte de mi y te vas a fijar en otras muchachas que no te dén tanto problema como yo te e dado.
Pero mejor no lo agas porque yo te quiero muchisimo de verda ni te imaginas cuanto y me muero de ganas de berte, ojalá que muy pronto.
A Diós Jórge, resibe muchos besos y mi amor que es siempre tuyo y quiereme.
No sé qué pensar. Además ¿cómo sabe Ana Luisa que me ha dado problemas?
Tenía que ser: ya le llegaron con el chisme a mi padre. ¿Quién habrá sido? La Nena jura que no fueron ni ella ni Maricarmen. Le creo porque cuando menos la Nena es sincera y siempre da la cara. Entonces ¿será alguien de la escuela? Imposible: temblarían en presencia del general.
Estuvo mucho más duro que la entrevista con el director. Dijo que mientras él me mantenga mi obligación es estudiar y obedecer. Cuando trabaje y gane mi dinero podré tener miles de mujeres, aunque es el peor camino, me lo dice por experiencia (caramba). Supone que gran parte de culpa la tiene mi afición excesiva por los libros. En vez de leer tanto y encontrar el mal ejemplo en las novelas de amor y de aventuras debería hacer más deporte y sobresalir en los estudios. Cuando nací su ilusión era verme convertido en cadete del Heroico Colegio Militar. Lo he decepcionado por completo y es muy doloroso para él.
Mi papá será muy general y toda la cosa pero no entiendo cómo anda el asunto: me informó que, de ahora en adelante y hasta nueva orden, no podré ir a ningún lado si no me acompaña y me vigila Durán (!).
Hace rato, cuando me había escapado por la azotea para rondar, como todas las noches, la casa de Ana Luisa, la vi bajarse de un Packard último modelo (¿no conozco ese Packard?) junto con su madrastra. Ellas no me vieron, alcancé a esconderme tras la esquina. Me intriga saber quién será el viejo como de unos cuarenta años que las vino a dejar. Las ayudó con las maletas y al despedirse Ana Luisa le dio un beso. A pesar de todo ese hombre no entró en la casa.
Me desespera no poder hablar con ella. Ojalá mañana me mande algún recado con Candelaria. Quisiera ir a buscarla o cuando menos hablarle por teléfono a El Paraíso de las Telas pero ella me lo ha prohibido: dice que la regañan y le descuentan de su sueldo.
Aquí hay otra cosa rara: si el dueño de la tienda es tan estricto ¿por qué la deja faltar tanto y no la sustituye por otra empleada? No he conocido a nadie tan misteriosa como Ana Luisa.
Lo que menos esperaba: Ana Luisa fue a la farmacia y le dio a Candelaria un sobrecito color de rosa para que me lo entregase Durán:
Quérido Jórge resibí tu tarjeta, gracias. Espero que lo que voy a decirte no te duela en el alma como ami. Miamor, me dá mucha tristesa pero no quéda mas remedio pues creo ques lo mejor para los dós.
Resulta Jórge que ya no bamos a seguirnos viendo como astaora, se que me entenderas y no me pediras esplicasiones pues tan poco podria dartélas.
Jórge siempre e sido sincera contigo y te e querido mucho nunca sabrás cuanto de veras, me sera muy difícil olbidarte, ojalá no sufras como estoi sufriendo y te olbides pronto de mi.
Te mando un ultímo beso con amor.
Me quedé helado. Luego me encerré en mi cuarto y me puse a llorar como si tuviera dos años. Ahora trato de calmarme y hago un esfuerzo por escribir aquí. No puedo creerlo, no soporto la idea de que nunca más volveré a ver a Ana Luisa. Es terrible, es horrible. No sé, no sé. No entiendo nada.
Pasé una noche infernal. Durán me llevó en el yip a la escuela y no hablamos, aunque estoy seguro de que él ya sabe y hasta vio la cartita que estaba en un sobre sin pegar. Candelaria no tuvo la buena educación de cerrarlo.
Al salir pasé por donde trabaja o trabajaba Ana Luisa. Vi a sus amigas pero a ella no. Me acerqué, me miraron con lástima y me dijeron que no ha vuelto a la tienda ni creen que regrese. Sentí el impulso de presentarme en su casa pero no tengo ningún pretexto. No me importa que sea humillante, quisiera verla cuando menos una última vez.
Por cierto: un Packard idéntico al de la otra noche se hallaba estacionado frente a El Paraíso de las Telas. Bueno, el coche en que iba Ana Luisa no es el único Packard que hay en el mundo. Puede ser una casualidad. Me voy a volver loco si sospecho de todo lo que veo.
Mi madre entró sin avisar y me encontró llorando (a mi edad). Hizo preguntas y le conté la versión rosa de la historia. En vez de regañarme, dijo que no me preocupara: ella sabía que yo andaba con Ana Luisa y lo permitió sólo para que me sirviera de amarga experiencia. Esto les ha pasado y les pasará a todos; no debo darle importancia ni sufrir por alguien que no vale la pena; la adolescencia es la etapa más feliz de la vida y, aparte de estudiar, mis únicas preocupaciones deben ser divertirme y hacer amistades útiles para mi porvenir. Muy pronto habré crecido y encontraré una muchacha de mi clase, digna de ser mi novia y que no tenga mala fama como Ana Luisa.
Ahora ya ni siquiera protesté como antes. No hice el menor intento de defenderla. Pobre Ana Luisa. Todos quieren hacerle daño. En realidad nunca supe nada de ella. No creo poder enamorarme de otra… ¿Y si todo cambiara de repente y Ana Luisa viniera a decirme que reconsideró y está arrepentida de haberme dejado? No, es una imbecilidad; esto no va a ocurrir, de qué sirve hacerme ilusiones.
Días, semanas sin escribir nada en este cuaderno. Para qué, no tiene objeto. Si alguien lo ve se burlará de mí.
Tuve un sueño muy triste. Estábamos en la ciudad de México. Ana Luisa se iba y no volvería nunca. Para vernos por última vez me citaba en La Bella Italia, una nevería que no conoce pues nunca ha estado en la capital. La cita era a la una. Yo tomaba un tranvía que se paraba por falta de electricidad. Entonces me iba corriendo por una avenida que tenía en medio árboles — ¿Ámsterdam, Mazatlán, Álvaro Obregón? — El dolor de piernas me obligaba a sentarme en una banca. En ese instante aparecía la Nena del brazo de Durán.
— Vamos a casarnos en la iglesia —me decía—. Y tú niño, ¿adónde te diriges tan apresurado? No me digas que Ana Luisa te está esperando en el malecón.
— No, cómo crees: voy a un partido de futbol —contestaba. La Nena y Durán me hacían conversación. Me desesperaba el no poder zafarme y continuar mi camino hacia La Bella Italia. Hasta que al fin seguía corriendo y me cruzaba con un entierro. Encontraba a una señora vestida de luto. Era mi madre:
— Van a enterrar al que te dio la vida y tú, en vez de ir a llorarlo en el cementerio, corres al encuentro de una mujerzuela.
Le pedía perdón y reanudaba mi carrera. Al llegar a La Bella Italia eran las tres en punto y ya no estaba Ana Luisa. Aparecía Candelaria con delantal, sirviendo las mesas:
— Ana Luisa te esperó mucho tiempo. Tuvo que irse para siempre y no dejó dicho adónde….
Dos meses sin verla, seis semanas desde que recibí su última carta. En vez de olvidarla siento que la quiero más. No importa que sea cursi el decirlo.
Le hice unos versos, tan malos que preferí romperlos. ¿Qué hará, dónde estará y con quién? Todas las noches rondo su casa. La encuentro siempre cerrada y a oscuras. ¿Habrá vuelto a Jalapa o estará en México?
Lo más triste de todo es que ya me estoy resignando. Pienso que tarde o temprano lo de Ana Luisa tenía que acabarse pues a mi edad no iba a casarme con ella ni nada por el estilo. Además todo parece en calma desde que no nos vemos. En la escuela ya me hablan, en la casa me tratan bien, puedo estudiar, leo muchísimo y —al menos que yo sepa— no ha llegado otro anónimo. Pero no me importaría que todo fuera como antes, o aun peor, con tal de volver a estar cerca de Ana Luisa.
Me preocupa Ana Luisa. Me duele no poder ayudarla. Supongo que le está yendo muy mal y su vida va a ser horrible sin que ella tenga culpa alguna. Aunque si lo pienso bien y me fijo en la gente que conozco o de quien sé algo, la vida de todo el mundo siempre es horrible.
Mil años después llegaron las cosas que habíamos dejado en México, entre ellas el baúl en que mi madre guarda las fotos. En vez de estudiar o de leer me pasé horas contemplándolas. Me cuesta trabajo reconocerme en el niño que aparece en los retratos de hace ya mucho tiempo. Un día seré tan viejo como mis padres y entonces todo esto que he vivido, toda la historia de Ana Luisa, parecerá increíble y más triste que ahora. No entiendo por qué la vida es como es. Tampoco alcanzo a imaginar cómo podría ser de otra manera.
Escribo a las doce y media. No fui a clases. Mis padres cumplen hoy veinticinco años de matrimonio. Vendrán a comer el gobernador, el comandante de la región militar que está por encima de la zona a cargo de mi padre, el presidente municipal, el capitán del puerto, algunos senadores, diputados y líderes obreros, el jefe de la policía, el representante del PRI, el administrador de la aduana y no sé cuántos más.
En vez de que Eusebia la preparase como todos los días, un cocinero del Prendes vino a hacer la comida. No voy a probar nada. No volveré a comer nunca. Soy tan imbécil que a mi edad no había relacionado los llamados placeres de la mesa con la muerte y el sufrimiento que los hacen posibles.
Vi a los ayudantes del cocinero matando a los animales y quedé horrorizado. Lo más espantoso es lo que hacen con las tortugas o quizá el fin de las pobres langostas que patalean desesperadas en la olla de agua hirviendo. No quiero imaginarme lo que serán los rastros. Uno debería comer nada más pan, verduras, cereales y frutas. Pero ¿de verdad no sentirán nada las plantas cuando uno las arranca, las corta, las cuece, las muerde y las mastica?
¿He dicho que me encanta Yolanda? Es tan guapa como Ana Luisa o quizá más hermosa todavía. Jamás he hablado a solas con Yolanda pero hoy me entristecí (como idiota) porque tampoco volveré a verla. Vino a despedirse de Maricarmen y de la Nena: se va a estudiar a Suiza. A su hermano Gilberto lo mandan a la Culver Military Academy en Indiana. Su padre se hizo millonario en el régimen que está por acabar. A muchos que conocemos les pasó lo mismo. Si en México la mayoría de la gente es tan pobre ¿de dónde sacarán, cómo le harán algunos para robar en tales cantidades?
Yolanda nos contó que la semana pasada Adelina intentó suicidarse porque eligieron reina del próximo carnaval a Leticia, su peor enemiga. Adelina metió la cabeza en el horno de la estufa y abrió la llave del gas sin encender el fuego. Cuando empezó a sentirse mal, salió corriendo y antes de desmayarse vomitó por toda la sala.
En su nota suicida Adelina no culpaba a su envida por Leticia sino a la forma en que la tratan su madre y su hermano. El capitán abofeteó a la señora y le dio una golpiza feroz a Óscar. Pobre capitán. Cuánto quiere a Adelina. No se da cuenta de que su hija es un monstruo de maldad.
La Nena, Maricarmen y yo nos moríamos de risa mientras Yolanda narraba y actuaba la tragedia de la gorda. Luego sentí remordimientos: soy tan canalla como Adelina. No está bien alegrarse del mal ajeno, por mucho que deteste a Óscar y a su hermana y aunque estoy casi seguro de que Adelina mandó el anónimo, bien calculado para que se lo achacáramos al director.
No entiendo cómo es uno. El otro día sentí piedad al ver a los animales asesinados en el patio trasero de mi casa y hoy me divertí pisando cangrejos en la playa. No los enormes de las rocas sino los pequeños y grises de la arena. Corrían en busca de su cueva y yo los aplastaba con furia y a la vez divertido. Pienso que en cierta forma todos somos cangrejos: cuando menos se espera alguien o algo viene a aplastarnos.
Como no he vuelvo a salir con Candelaria y Durán ignoraba si seguían viéndose. Durán y yo casi no hablamos. Siento que he traicionado a alguien que —excepto la vez de Antón Lizardo— se portó bien conmigo. Él debe de saber algo de la conversación en la farmacia pues tampoco ha hecho el menor intento para que volvamos a ir a nadar o a práctica de manejo.
En fin, digo todo esto porque hoy me encontré a Candelaria en el tranvía. Para hablar de Ana Luisa se me ocurrió invitarla a tomar un refresco en el Yucatán. En cuanto nos sentamos Candelaria me preguntó por ella.
— ¿De verdad no lo sabes? —le contesté—. Pues me cortó, me mandó a volar.
— No me digas. No te lo puedo creer.
— Pero si me dejó contigo su última carta.
— No la leí, soy muy discreta… Qué tonta, qué bruta, qué pen…: cuándo se va a encontrar a alguien como tú.
— No te creas, yo quién soy.
— Tú eres tú y ya te dije lo que me pareces.
Silencio. Enrojezco. Tomo un trago de agua de tamarindo. Candelaria me observa irónica, se divierte al ponerme en aprietos.
— Te voy a decir una cosa, Jorge. Óyelo bien: tu error fue tratar a Ana Luisa como a una muchacha decente y no como lo que es. Te lo digo con todas sus letras: una pu… que se acuesta con viejos repugnantes para sacarles dinero. La culpa es del borracho de su padre — un huevón al que no le gusta trabajar — y de la madrota que vive de conseguirle clientes a tu noviecita.
— Oye, Ana Luisa no te ha hecho nada; no tienes por qué hablar así de ella.
— Ah, mira nomás: todavía la defiendes después de que te usa como su trapeador y te pone los cuernos con medio Veracruz. Ay, mi hijito, qué bueno o qué imbécil eres. Ojalá todos fueran como tú. Por eso me gustas, por eso… pero te niegas a hacerme caso.
— Es que… No sé en realidad… No, mejor deja que pasen los exámenes: tengo mucho que estudiar y estoy muy atrasado. Apenas salgo de todo esto te llamo.
— ¿En serio no te gustaría que nos fuéramos por ahí?
— Candelaria, claro que me encantaría. Ya llegará el momento. Vas a ver.
— ¿Y por qué no ahora mismo?
— Te juro que mis papás me esperan a comer en el café de La Parroquia. Además tú tienes que regresar a la farmacia.
— Por mí no te preocupes. Yo me arreglo. Yo sé mi cuento.
— Mejor nos vemos la semana entrante ¿si? Pero, te lo ruego, no le vayas a decir nada a Durán.
— Cálmate, tu pin… sardo no va a saber ni jota. Además ya estoy harta de ese chilango de mie…. No sé cómo quitármelo de encima. Es una auténtica lata y ni que fuera la gran maravilla. Puro hablador, eso es lo que es.
Antes de que otra cosa sucediera pagué la cuenta, insistí en que mis padres me esperaban en La Parroquia (mentira) y le juré a Candelaria que iría a buscarla a su casa. En vez de alegrarme la conversación me entristeció. Qué injusto es todo: la que amo me rechaza y repudio a la que me quiere. Tal vez me engaño al suponer esto. ¿Será verdad que le gusto a Candelaria? ¿O nada más pretende utilizarme para fregar a Durán? Desde luego lo que dice de Ana Luisa es una calumnia, una absoluta y total mentira. ¿Por qué todos se ensañarán con ella de esta forma?
Llevo semanas sin escribir nada. Ahora voy a desquitarme por los días que dejé en blanco. Me acaban de pasar cosas terribles. Será mejor contarlas más o menos en orden. Como mañana es aniversario de la revolución, no hay clases y mis calificaciones han mejorado, pedí permiso para ir a la lucha libre. Me dejaron, siempre y cuando me acompañara Durán. Esto me salvó, quién lo iba a decir.
En el cine Díaz Mirón, improvisado como arena de combate, alcanzamos a comprar en reventa boletos de quinta fila. Las preliminares fueron aburridísimas, con luchadores desconocidos. En la estelar se enfrentaron Bill Montenegro —mi ídolo cuando en México veía las luchas por televisión— y El Verdugo Rojo, al que más detesto entre todos los villanos.
Bill dominó a lo largo de la primera caída, a pesar de que el réferi estaba en contra suya. La ganó con unas patadas voladoras perfectas y una doble Nelson. En la segunda el Verdugo empleó a fondo sus marrullerías y mediomató a Montenegro. Ya para la tercera y última caída todo el público estaba en contra del rudo, excepto Durán que, según creo, tomó esta actitud sólo para molestarme.
Montenegro cayó fuera del cuadrilátero y se golpeó la cabeza contra una silla del ringside. El Verdugo lo tomó de los cabellos para subirlo a la lona, lo sujetó en un candado, lo estrelló contra los postes y le abrió una herida en la frente. Bañado en sangre, Bill reaccionó: con unas tijeras voladoras se vengó de su rival y lo arrojó a su vez de las cuerdas. Cambiaron golpes en el pasillo muy cerca de mí. El árbitro los obligó a regresar cuando ya los espectadores intervenían en defensa de Montenegro.
La vuelta al ring fue el desastre para Bill. El enmascarado lo hizo chocar de nuevo contra los postes para ahondarle la herida. Yo estaba furioso al verlo sangrar. Como el réferi no hacía ningún caso de los gritos, arrojé un elote que me estaba comiendo y le di en la cabeza al Verdugo Rojo.
Me aplaudió la gente que se dio cuenta. Pero el villano tomó el elote y le picó los ojos a Bill, con tanta furia que de milagro no lo dejó ciego. Entonces me insultaron los mismos que me habían celebrado. Todo empeoró cuando con una quebradora el Verdugo puso fuera de combate a Montenegro.
Llovieron almohadas y vasos de cartón contra el malvado. Condujeron a Bill hacia la enfermería y hubo el rumor de que estaba agonizante. En ese momento unos tipos con facha de estibadores se acercaron a pegarme gritando que yo, un maldito chilango, era el cómplice del Verdugo y el responsable de la muerte del héroe. Serían unos diez o doce y parecían dispuestos al linchamiento. De pronto Durán saltó para cubrirme, sacó la pistola, cortó cartucho y gritó:
— Lo que quieran con él, conmigo, hijos de la chin….
Quién sabe qué hubiera ocurrido si los policías no se abren paso en medio del tumulto y nos salvan. Intentaron llevarnos a la cárcel pero Durán se identificó, explicó la situación, dijo quién era yo, o mejor dicho quién era mi padre. Y salimos entre gritos y miradas de odio, custodiados por los gendarmes.
Al subirnos al yip bajo los insultos del público, Durán les dio cincuenta pesos a los policías y aclaró:
— Luego me los pagas. El caso es que el jefe no se entere del desm… que armaste.
En el camino me dijo que era una soberana pen… lo que yo acababa de hacer: primero está uno y nunca hay que tomar partido por nadie. No le contesté porque apenas comenzaba a sentir el susto. Qué noche.
Escribo por última vez en este cuaderno. No tiene objeto conservar puros desastres. Pero lo guardaré para leerlo dentro de muchos años. Tal vez entonces pueda reírme de todo lo que ha pasado. Lo de hoy me pareció increíble y me dolió mucho. Siento como una especie de anestesia y veo las cosas como si estuvieran detrás de un vidrio.
Yo solo, cuándo no, fui a buscar la catástrofe. No hubo clases porque hoy tomó posesión Ruiz Cortines. No sé cómo ni por qué se me ocurrió ir a Mocambo. Sin nadie, pues no tengo amigos en la escuela, mi padre se fue en avión a México para estar presente en el cambio de gobierno y le prestó el yip a Durán, que hoy tuvo su día libre. No pude conseguir el Buick porque mi mamá, la Nena y Maricarmen presidieron en Tlacotalpan un festival para los niños pobres.
Subí al camión en Villa del Mar y me tocó del lado del sol. Aunque es diciembre hacía mucho calor. Al bajarme fui a tomar un refresco en un puesto de la playa. Me senté, pedí una coca cola con nieve de limón y me puse a terminar La hora veinticinco (Cuando voy solo a alguna parte siempre llevo libros o revistas.)
Estaba absorto en la lectura. No puse atención al escándalo que hacían dos hombres sentados a la mesa de atrás. Habían bebido como diez cubalibres y entre un cerro de conchas de ostión hablaban de mujeres y se gritaban cosas de borracho abrazándose. Al volver la vista quedé paralizado: eran Bill Montenegro y El Verdugo Rojo —sin máscara pero lo reconocí por su estatura. ¿De modo que también la lucha libre es mentira y los enemigos mortales del ring son como hermanos en la vida privada?
No se molestaron en mirar al idiota que estuvo a punto de ser linchado por culpa suya. Me dieron ganas de reclamarle a Montenegro —que no tenía nada en los ojos ni herida alguna en la frente—. Ya estaban para caerse de ebriedad y me hubieran matado si los insulto.
Me levanté dispuesto a no ver jamás otra función de lucha libre y no comprar ya nunca publicaciones deportivas. Faltaba lo mejor todavía. Antes de meterme al agua fui a dejar mi ropa y mi libro entre las casuarinas sembradas en los médanos. Estaba a punto de quitarme los pantalones cuando vi que se acercaban, en traje de baño y tomados de la mano, Ana Luisa y Durán.
Siguieron adelante sin verme. Ana Luisa se tendió en la arena cerca de la orilla. A la vista de todo el mundo, como si quisieran exhibirse, Durán se arrodilló a untarle bronceador en la espalda y en las piernas. Aprovechó el viaje para besarla en el cuello y en la boca.
Yo temblaba sin poder dar un paso. No creía en lo que estaba viendo. Era el final de una pesadilla o de una mala película. Porque en la tierra no pasan tantas cosas o al menos no suceden al mismo tiempo. Era demasiado y a la vez era cierto. Allí, a unos metros de las casuarinas que me ocultaban, Ana Luisa en bikini se cachondeaba con Durán en presencia de todos; atrás, en el puesto, Bill Montenegro y el Verdugo Rojo se morían de risa por los cretinos que los mantienen y toman en serio la lucha libre.
Debía irme cuanto antes. Si no al susto y a la decepción se iba a unir el ridículo. Irme: ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Pelearme con Durán sabiendo que me acabaría en dos por tres? Reclamarle a Ana Luisa era imposible: me dijo con toda claridad que ya no quería nada conmigo. ¿Cómo sentirme traicionado por ella, por Durán, por Montenegro? Ana Luisa no me pidió que me enamorar ni Montenegro que lo “defendiera” del Verdugo Rojo. Nadie tiene la culpa de que yo ignorara que todo es una farsa y un teatrito. Me estremeció pensar que pudiera ser cierto lo que me contó Candelaria. De todas formas Ana Luisa fue honrada conmigo al apartarse.
Me decía todo esto en mi interior para darme ánimos. Porque nunca en mi vida me sentí tan mal, tan humillado, tan cobarde, tan estúpido. Pensé en una venganza inmediata. Con mis últimos pesos tomé un taxi para ir a ver a Candelaria.
Toqué la puerta de su casa, a mano limpia porque no hay timbre. Nadie salía. Ya me iba cuando se abrió un postigo y vi la cabeza de un bigotón malencarado, sudoroso, en camiseta, con el pelo revuelto. El tipo es el padrastro de Candelaria pero desde luego estaba con ella en otras funciones. Me echó una mirada de odio y me gritó de la peor manera:
— ¿Qué se le ofrece, jovencito?
Y yo de imbécil todavía le pregunté:
— Perdone… ¿está Candelaria?
— No, no está ni va a estar. ¿Pa’ qué la quiere?
— Ah, no, para nada… Disculpe usted… Es decir, sí… Mire, le traía un recado de Durán… de su novio. Bueno, gracias… No se preocupe: la veo mañana en la farmacia.
El bigotón cerró furioso el postigo y toda la puerta se estremeció. Qué metida de pata mi supuesta venganza. Pensé que si hoy seguía en la calle me iba a aplastar un aerolito, ahogarme un maremoto o cualquier cosa así.
Vine a pie hasta la casa, con ganas de llorar pero aguantándome, con deseos de mandarlo todo a la chin…. Y sin embargo dispuesto a escribirlo y a guardarlo a ver si un día me llega a parecer cómico lo que ahora veo tan trágico… Pero quién sabe. Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es “la etapa más feliz de la vida”, cómo estarán las otras, carajo.