viernes, 17 de abril de 2009

Borges y yo (y otro yo que soy yo)


(Artículo que inspiró esta entrada)
Ya que hablábamos del flashback en la clase, quiero escribirles de algo que me pasó hace unos 12 años. Todo esto es a propósito de un artículo que se llama “SEIS POSTALES PARA LA INTEGRACIÓN DE UN MITO. Una década sin Borges”, publicado en 1996 y que yo leí un par de años después.
Por si no lo saben, Jorge Luis Borges es (o fue, porque ya murió) uno de los más grandísimos escritores latinoamericanos. Uno de los temas que apasionó al escritor argentino fue el del DOBLE –acá abajito les pongo un cuento que se llama Borges y yo, que habla sobre eso–.
Quizá no viene al caso la pregunta pero ¿alguna vez han pensado en lo interesante que sería tener un doble, que fuera físicamente idéntico a nosotros y que se atreviera a hacer las cosas que nosotros no?
Pero, invocando el poder del flashback, volvamos a 1998 y a mis años de estudiante. No sé si a ustedes les pase pero -por unas u otras- a la hora de formar equipos de trabajo yo nunca tuve mucha suerte. Quiero decir que en mis equipos nunca estuvo el clásico personaje que dice: “No se preocupen, yo hago todo. Sólo denme su nombre completo y los anoto”; esto con tal de asegurar su diez y pensando que si los demás metíamos la mano en el proyecto seguramente le dábamos en la torre. Más equipos eran más bien balanceados, digamos con un nivel de “hueva” promedio y que nos reuníamos el día antes de la entrega del proyecto para hacerlo. Es cierto eso de que bajo presión se trabaja mejor.
Un día, en clase de Literatura, la maestra nos encargó un proyecto que debía ser realizado en parejas y ella iba a formar los equipos. La suerte existe y a mí me tocó ese día. No hice equipo con la más lista y trabajadora del salón sino que me tocó con la más linda. Del uno al diez yo a ella le pondría un veinte de belleza y ni tengo que decir que, antes de eso, ella ni sabía que yo existía.
Pero mi buena estrella no terminó ahí, porque la maestra nos dio como tema desarrollar algo sobre Borges. Para entonces yo ya había leído el artículo que les comenté antes y su libro Ficciones, que la verdad ni le había tomado mucho gusto. Esto último no importaba porque le pude decir a mi lindísima pobre e ignorante compañera: -“No te preocupes, vamos a sacar adelante este proyecto… ¿Sabías que, al final de su vida, Borges contaba con una biblioteca reducida y ni siquiera conservaba ejemplares de sus propios libros?”- (Algo que por supuesto estaba en el mentado artículo).
Entonces ella me respondió: -“Ooooh, qué interesante, se nota que sabes mucho de Borges”-. Y yo, sencillito y carismático, agregué: -“Creo que sólo hay buena o mala literatura. Eso de literatura comprometida me suena a equitación protestante” (cosa que ni venía al caso pero también está en el artículo y suena como muy de inteligentes).
En fin, en el proyecto nos fue muy bien, quizá porque apantallé a mi maestra al concluir que “cualquier acercamiento crítico a la obra fantástica de Borges termina por pecar de cierta gratuidad” (esa conclusión me la volé del artículo pero ustedes no hagan lo mismo con las tareas que yo les pida). Aparte de algunos elogios, a mi compañera no pude sacarle nada más, ni una salidita al cine pero me gusta pensar que cuando oye, ve o lee algo sobre Borges se acuerda de que algún día conoció a un erudito sobre el argentino… tal vez hasta se acuerde que yo u otro yo era ese erudito.
***
BORGES Y YO
(Jorge Luis Borges)
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren preservar su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.

martes, 14 de abril de 2009

Aclaración sobre su proyecto

Para su proyecto se sugiere que cada estudiante realice un cuadernillo donde pueda colocar (pegar, engrapar, fijar, coser etc.) de la manera que más le guste, los textos, las fotografías, las firmas, las entrevistas, las fichas cinematográficas y musicales de los temas que han escogido para abordarlos desde la literatura.
Todo se vale: comprar una libreta y forrarla, mandar a engargolar hojas de distintos colores, conseguir papel hecho a mano, juntar hojas de distintos materiales, con el fin de integrar los contenidos que les ofrecemos o los que cada quien consiga por otras vías.
Sugerimos dejar intercaladas hojas en blanco para utilizarlas para anotaciones que surjan durante el proceso de lectura compartida. Las anotaciones pueden hacerse en los márgenes, al centro, verticales u horizontales para que podamos "aterrizar" y concretar todas las opciones del proyecto y, al final, contar con una bitácora del mismo.

Caligramas y poemínimos

Hola, gente! Acá les dejo los ejemplos que tienen que imprimir, les recomiendo que le den click a cada imagen para verlas de mayor tamaño y que puedan captar qué es lo que tienen escrito.
Saludos!








lunes, 13 de abril de 2009

CONROL DE LECTURA # 2 - La jaula de tía Enedina

La jaula de tía Enedina
Adela Fernández


Desde que tenía ocho años me mandaban a llevarle la comida a mi tía Enedina, la loca. Mi madre dice que enloqueció de soledad. Tía Enedina vivía encerrada en el cuarto de trebejos que está en el patio de atrás. Conforme se acostumbraron a que yo le llevara los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera me preguntaban cómo seguía. Yo también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban, y con sumo interés. Era importante para ellos saber cómo iba la engorda, en cambio, a nadie le importaba que tía Enedina se consumiera poco a poco. Así eran las cosas, así fueron siempre, así me hice hombre, en la diaria tarea de llevarle comida a los animales y a la tía.
Ahora tengo diecinueve años y nada ha cambiado. A la tía nadie la quiere. A mí tampoco porque soy negro. Mi madre nunca me ha dado un beso y mi padre dice que no soy su hijo. Goyita, la vieja cocinera, es la única que habla conmigo. Ella me dice que mi piel es negra porque nací aquel día del eclipse, cuando todo se puso oscuro y los perros aullaron. Por ella he aprendido a comprender la razón por la que nadie me quiere. Piensan que al igual que el eclipse, yo le quito la luz a la gente. Es Goyita también la que cuenta muchas cosas, entre ellas, cómo enloqueció mi tía Enedina.
Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio y harapiento tocó a la puerta preguntando por ella. Ese hombre le auguró que su novio no se presentaría a la iglesia, le dijo que para siempre sería una mujer soltera y que él compadecido de su futuro le regalaba una enorme jaula dorada para que se consolara en su vejez cuidando canarios. El hombre se fue sin darle más detalles.
Tal como lo dijo aquel hombre, el novio no se presentó a la iglesia, y mi tía Enedina enloqueció de soledad. Me cuenta Goyita que así fueron las cosas y deben de haber sido así. Tía Enedina vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años, yo no he podido llevarle su canario. En casa a mí no me dan dinero. El pajarero de la plaza no ha querido regalarme ninguno, y el día que le robé el suyo a Doña Ruperta por poco me cuesta la vida. Yo lo tenía escondido en una caja de zapatos, me descubrieron, y a golpes me obligaron a devolvérselo.
La verdad, a mí me da mucha lástima la tía y como nunca he podido traerle su canario, hoy decidí darle caricias. Entré al cuarto... Ella, acostumbrada a la oscuridad, se movía de un lado a otro. Se dio cuenta de que eso para mí era fascinante. Apenas podía distinguirla, ya subiéndose a los muebles o encaramándose en un montón de periódicos. Parecía una rata gris metiéndose entre la chatarra. Se subía sobre la jaula dorada y se mecía. El balanceo era algo más que triste. Parecía una de esas arañas grandes y zancudas de pancita pequeña y patas largas.
A tientas, entre tumbos y tropezones, comencé a perseguirla. ¡Qué difícil me fue atraparla! Estaba sucia y apestosa. Su rostro tenía una gran semejanza con la imagen de la Santa Leprosa de la capilla de San Lázaro; huesuda, cadavérica. No fue fácil hacerle el amor. Me enredaba en los hilachos de su vestido de organza, pero me las arreglé bien para estar con ella. Todo esto a cambio de un canario que por más que me empeñaba, no podía regalarle.
Después de aquello, cada vez que llegaba con sus alimentos, sacaba la mano de uñas largas y buscaba mi contacto. Llegué a entrar repetidas veces, pero eso comenzó a fastidiarme. Tía Enedina me lastimaba, me incrustaba sus uñas, me mordía y sus huesos afilados y puntiagudos se encajaban en mi carne, me dañaba. Así que decidí mejor darle un canario, costara lo que costara.
Han pasado ya tres meses que no entro al cuarto. Le hablo de mi promesa y ella ríe como un ratón y pega de saltos. Me pide alpiste. Posiblemente quiere asegurar el alimento del canario. Todos los días le llevo un poco de alpiste, de ese que compra Goyita para su jilguero.
Lo del canario parece imposible. No puedo conseguirlo; ya ha pasado más de un año. Yo no quiero volver a tocarla y le he propuesto para su jaula el jilguero de Goyita. Ella se ríe como ratón, babea y pega de saltos y mueve negativamente la cabeza. Lo bueno es que se ha conformado con los puñitos de alpiste que diariamente le llevo.
Porque me sentí demasiado solo resolví entrar al cuarto de la tía Enedina. Desde aquellos días en que yo le hacía el amor han pasado ya dos años. A tía Enedina la he notado más calmada, puedo decir que hasta un poco mansa. Pensé que ya no arañaría. Por eso entré, a causa de mi soledad y el haberla notado apacible.
Ya dentro del cuarto, quise hacerle el amor pero ella se encaramó en la jaula. Yo la necesitaba y esperé largo rato hasta que me acostumbré a la penumbra y fue cuando pude ver dentro de la jaula a dos niñitos, escuálidos, esqueléticos, albinos. Tía Enedina les daba alpiste y los contemplaba tiernamente ahí encaramada sobre la jaula.
Mis hijos flacos y dementes, comían alpiste y trinaban....