Fue anoche, muy noche, cuando se me ocurrió la idea para esta entrada. Lo malo es que me dormí, me desperté, me dormí, me desperté otra vez y se me olvidó qué iba a escribir. Sé que quería escribir sobre Mario Benedetti, simple y sencillamente porque es uno mis escritores favoritos. Alguien me regaló un libro de él (Primavera con una esquina rota) y también muchas otras cosas más, entre ellas la carta más bonita del mundo que, en una parte, dice así: (Te regalo Primavera…) “porque tú eres más cursi que yo y seguro te gusta Benedetti. Yo soy ruda y no me gusta (Benedetti) (la novela sí)”.
Sí me gusta Benedetti y ahora quiero compartirles un fragmento que viene en En la borra del café, otra de sus novelas. Mientras releía el capítulo que ahora ustedes leerán, me acordé de una canción de San Pascualito Rey que igual les hace más amena la lectura. Por cierto, ésta es mi última entrada. Esto se acaba aquí. O tal vez no.
Tuyo - San Pascualito Rey
Para qué hablar
(Fragmento de los Borradores del viejo)
¿Por qué seré tan callado? Cuanto más hablan los que me rodean, menos ganas tengo de decir algo. Tal vez sea éste el sentido de estos Borradores, que he retomado después de seis años. Decir algo. No sé con quién hablar de Aurora. A veces pienso que Claudio comprendería, pero el muchacho está en otra cosa. Sonia está bien. Se las ingenia para acompañarme y no quiero herirla. Es cierto que no hablo mucho con ella. MI cuerpo sí habla con el suyo y quizá es suficiente. ¿Lo será? Confieso que me mantiene vivo, me destedia el tedio. Ni siquiera le he dicho que su vientre es una delicia. Se lo diré. Me lo prometo. Tampoco ella es muy locuaz. Después de todo, ¿para qué hablar cuando hacemos el amor? Con Aurora la fiesta era distinta. En primer término, era fiesta. Ella no sólo gozaba, también se divertía. Nuestro acto era alegre. No está mal reír en pleno orgasmo. Echo de menos la fiesta. Ahí reside el secreto. Aurora no era callada, y yo tampoco lo era en tiempos de Aurora. Me provocaba con preguntas. Me hacía pensar. Sonia, en cambio, cuando habla, ya brinda las respuestas. Respuestas a preguntas que yo no he formulado. Aurora era insegura. Sonia es segurísima. Yo estoy seguro de mi inseguridad. Qué lío. Hoy estuve haciendo cálculos sexuales. La verdad es que he pasado por pocas mujeres. ¿Por fidelidad? ¿Por pereza? No sé. Sólo conté ocho. A mis casi cincuenta, no es una marca como para el Guinness. De las otras, es decir de las ilegales, cinco fueron tan sólo breves escalas. No me dejaron rastros. La que sí me dejó algo fue aquella Rosario. Tal vez no supe retenerla. De otras recuerdo sus pechos, su sexo, sus piernas. De Rosario, sus ojos. Más que sus ojos, su mirada. Miraba como queriendo decir algo y no diciéndolo. Nunca la vi llorar. A veces le decía cosas duras, poco menos que agraviantes, para ver si lloraba. Pero ella sólo me miraba, profundamente pero sin lágrimas. ¿He sido alguna vez feliz? Antes de Aurora, perdí a Rosario. La pobre Aurora se apagó sola. Y ahora está Sonia, que sabe acompañarme. La duda es si somos una pareja. Creo que sí, pero no debería dudar. Me parece.
¿Por qué me habré mudado tantas veces? Pasé por más casas que por mujeres. Estos Borradores los escribo y los guardo aquí, en el hotel. No son para nadie, ni siquiera para mí. No me son indispensables. Podría vivir sin escribirlos. En realidad, esto no es escribir. Apenas es decir algo sobre el papel.