martes, 26 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO TRAGO (mi ensayo semifinal)

Infinito, yo te cito: “Salgo de la sesión furioso y malhumorado. Me gustaría patear una pelota, arrojar una piedra contra una ventana, hacer sonar una alarma y huir silbando bajito o robar un banco. El alto concepto que tengo de mí mismo me impide tocarle el culo a una mujer de espaldas. Dado que no voy a tocar el culo a ninguna mujer, escupo fuertemente sobre el arcén.
”-Guarro- me dice una mujer, ancha y gorda, que pasa a mi lado.
”-Cerda- le contesto”.
Este pasaje que les comparto viene en “La última noche de Dostoievski” de Cristina Peri Rossi (escritora uruguaya) y de alguna forma refleja lo que es para mí la literatura, una idea que se ha confirmado luego de pensar y repensar semanalmente el tema gracias a este proyecto.
Les explico: Una de las cosas que siempre me han gustado de la literatura es el hecho de que te permite no sólo transportarte a otros lugares o convertirte en otra persona. Te permite imaginar que, aún siendo uno mismo, uno puede cambiar su vida.
SOY UN AS NO CONOCIDO
Muchos de mis días he terminado furioso y malhumorado (como el personaje del principio de este ensayo). Lo único que ha hecho medio llevadero tales momentos es que puedo imaginarme y, todavía mejor, puedo escribir esos lapsos y robar un banco o romper un vidrio o tocarle las nachas a una mujer, o incluso algo mejor.
Hay una canción de Jaime Urrutia, que se llama “Delirios de grandeza” y que dice:
Llenar de pajaritos la cabeza,
vas a ser mejor que los demás.
¿Quién, en sus delirios de grandeza,
dime quién no ha imaginado ser un as?
Yo también les pregunto: ¿Quién, en sus delirios de grandeza, no ha imaginado ser un as? Antes siempre me gustaba imaginarme que yo, siendo yo, era el mejor en tal o cual cosa. Recuerdo como si fuera ayer (porque esta memoria la reviví miles de veces) un día, cuando iba en la secundaria y estaba en el receso: Estaba sentado en una banca del patio, comiendo mi torta y pensando en cuál era la raíz cuadrada de mil quinientos ocho. En eso, alguien me llegó por la espalda y me tapó los ojos. Eran unas manos suaves, lo recuerdo bien. Incluso ahora siento un cosquilleo en la nariz, se ve que mi olfato quiere recuperar su olor pero no puede.
Quien me tapaba los ojos era una niña que me gustaba mucho, cuando volteé y la descubrí me puse a temblar, nervioso, y me atraganté con un cacho de torta. Quedé como un idiota.
Eso es lo que pasó pero les dije que este recuerdo lo reviví miles de veces. En cada una de ellas cambié las cosas para que todo terminara con un final feliz: ella y yo enamorados para toda la vida.
EL ROCK DE LA MUJER PERDIDA
Al escribir esto me vino a la mente una canción que se llama “Rock de la mujer perdida”. Quizá alguno de ustedes se dio cuenta que en varias de mis entradas hice referencia a algunas mujeres que hoy son perdidas (no por locas, sino porque no están conmigo). Lo que también me gusta de la literatura es que, si en la vida he perdido mujeres, en los cuentos y novelas me he encontrado a muchas, muchísimas.
De éstas recuerdo con cariño a Natasha, protagonista de “Guerra y Paz” de Leon Tolstoi. También está la Maga, de la multimencionada Rayuela. O Paulina, sobre la que Adolfo Bioy Casares escribió: “Siempre quise a Paulina… Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina”.
Sí es buenísimo enamorarse de alguien que tenga tus mismos gustos pero este pasaje me puso a pensar que todavía es mejor estar con alguien con quien compartes los no-gustos: “A ella no le gusta bailar. ¡Qué bueno, porque a mí tampoco!”; “a ella le gusta dormir todo el día y estar en vela por la noche. ¡Uy, eso es buenísimo, dormir de día es la onda”. ¿Captan?
EL ÚLTIMO TRAGO
Muchas veces el último trago sabe amargo (sobre todo si lo que están tomando es una Caguama), hoy así pasa conmigo. Lo que quise lograr al hacer este proyecto a la par de ustedes fue contagiarles el gusto que tengo por la literatura, creo que no lo logré. Ni siquiera estoy seguro de que alguien haya llegado hasta esta parte del ensayo.
También está el lado bueno. Si hubiera tenido otros alumnos, más apáticos, creo que no hubiera tenido ganas de ponerme a bloguear como lo hice con ustedes (ustedes saben quiénes son ustedes) y no hubiera removido algunas de mis memorias (algo que, por cierto, es mi deporte favorito).
Ahora sí: esto se acaba aquí. En el último trago nos vamos y nos vemos.

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